Por Miguel Núñez
Estos tiempos requieren de hombres y mujeres de sacrificio, comprometidos con un gran Dios, dispuestos a luchar en esta batalla con sus armas más poderosas: una Biblia no solo en sus manos, no solo en la mente, sino también en la acción, una oración en sus labios y un espíritu de adoración en su interior. Pero, para que esto suceda, la iglesia tiene que retornar al lugar donde comenzó. Y para esto necesitamos:
1. Regresar a la cruz
Volver a darle a la cruz la centralidad que merece. No es por accidente que el apóstol Pablo dice a los corintios: «Porque en verdad los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, piedra de tropiezo para los judíos, y necedad para los gentiles» (1 Cor. 1:22-23). Si hay algo que sabemos bien es que la iglesia primitiva creció bajo la predicación de dos eventos principales:
- La cruz para el perdón de pecados.
- La resurrección como el evento que garantiza nuestra resurrección futura.
Ambas nos hablan de la necesidad de vivir vidas santificadas. La cruz no solo es para el perdón de nuestros pecados, sino también es un recordatorio de que nosotros también tenemos una cruz que cargar, como afirmó el Señor:
«Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá, pero el que pierda su vida por causa de mí, ése la salvará»
(Luc. 9:23-24)
2. Retomar la centralidad de la Palabra
La iglesia no puede olvidar que el evangelio es poder de Dios para salvación, tal como lo expresa la Epístola a los Romanos 1:16. La ineficacia de la predicación de nuestros días no se debe tanto a la apatía de la generación de hoy, sino a la falta de la predicación de Su Palabra por parte de ministros que crean en la Palabra y en su poder de transformación. Uno de nuestros problemas hoy es que detrás de los púlpitos hay ministros que no tienen convicción del poder de transformación de la Palabra de Dios y, si el predicador no cree en lo que predica, menos creerán los que reciban la predicación. A medida que la iglesia primitiva crecía, era mayor el énfasis que se le daba a la Palabra:
Hechos 4:31: «Después que oraron, el lugar donde estaban reunidos tembló, y todos fueron llenos del Espíritu Santo y hablaban la palabra de Dios con valor».
Hechos 6:7: «Y la palabra de Dios crecía, y el número de los discípulos se multiplicaba en gran manera en Jerusalén, y muchos de los sacerdotes obedecían a la fe».
Hechos 20:32: «Ahora os encomiendo a Dios y a la palabra de su gracia, que es poderosa para edificaros y daros la herencia entre todos los santificados».
3. Predicar la centralidad de la persona de Jesús
Mientras el apóstol Pablo decía: «Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Señor, y a nosotros como siervos vuestros por amor de Jesús» (2 Cor. 4:5), en muchos de los sermones de hoy ni se menciona la obra de nuestro Señor Jesucristo. Por el contrario, el énfasis está puesto en los métodos pragmáticos de cómo «arreglar» el problema que estamos atravesando en un momento dado.
Cuando la iglesia de hoy decida hacer la obra de Dios a la manera de Dios, podrá contar con el poder de Dios. Entonces, y solo entonces, podremos ver cómo ocurren grandes cosas nuevamente.
Un fragmento del libro Una iglesia conforme al corazón de Dios (B&H Español)
Foto or Jehyun Sung en Unsplash
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