La necesidad de creyentes con discernimiento
Miguel Núñez
Dios le da una importancia significativa al discernimiento que Su pueblo pueda o no tener, al reconocer que nuestra desobediencia está relacionada con una falta de habilidad para separar la verdad del error, ya desde el jardín del Edén.
Una de las definiciones más sencillas dice que el discernimiento es la habilidad para distinguir la verdad del error. Uno de los diccionarios consultados solo dice que discernimiento es la habilidad de ver lo que está oscuro.
Esa capacidad es dada al creyente por el Espíritu Santo, pero el creyente necesita hacer uso de la revelación de Dios para poder discernir correctamente.
Una persona con esta habilidad tal vez será mucho más prudente a la hora de hablar y de actuar. Esta palabra podría significar también hablar con perspicacia, considerar, percibir con los sentidos, tener entendimiento, observar, prestar atención.
Salomón pidió a Dios que le diera esa capacidad de discernir de la que hemos estado hablando, a fin de poder diferenciar entre el bien y el mal a la hora de gobernar al pueblo.
La Palabra de Dios revela que el discernimiento no es una habilidad que todos tienen. Es una habilidad que todos deberíamos poseer, pero que lamentablemente pocos poseen en grado significativo.
Cuando aumentan las opciones y la complejidad de la vida, aumenta también la necesidad de discernir. Hoy en día, nosotros debemos enfrentar situaciones mucho más complejas que las que tuvieron generaciones anteriores en todos los ámbitos de la sociedad.
Quienes no aman el discernimiento no van a buscar ni a perseguir la sabiduría ni el entendimiento de Dios; y, por lo tanto, su discernimiento va a quedar estancado o sin desarrollarse. Pero el que desea ser capaz de discernir entre el bien y el mal, entre lo falso y lo verdadero, va a amar esa capacidad; y, por lo tanto, va escudriñar las Escrituras, buscando conocer más a su Dios, para poder cultivar y cosechar así los frutos del discernimiento.
Si el verdadero discernimiento espiritual consiste en ver la vida como Dios la ve, como señalábamos al inicio de este capítulo, no hay duda entonces de que esta habilidad requerirá la asistencia del Espíritu Santo. Sin el Espíritu de Dios, no es posible discernir de una manera que agrade a nuestro Dios.
De este modo, el primer obstáculo para un buen discernimiento es nuestro propio corazón engañoso, y de ahí la necesidad de que permitamos que la Palabra de Dios nos hable, que el Espíritu Santo nos escudriñe y que los hermanos en la fe nos puedan cuestionar, a fin de poder discernir de manera correcta. El concepto que tengamos de Dios va a influenciar en gran medida nuestro discernimiento.
El orgullo no nos permite ver y admitir nuestros errores; y cuando somos descubiertos en el error, el orgullo hace que prefiramos justificar los hechos antes que cambiar de opinión.
Un fragmento del libro Vivir con Integridad & Sabiduría (B&H Español)
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