Por Miguel Núñez
«La superficialidad es la maldición de nuestra generación. La doctrina de la satisfacción instantánea es un problema espiritual primario. La necesidad imperante hoy no es por un mayor número de personas inteligentes o de personas dotadas, sino de personas profundas». Esta descripción que el autor y pastor Richard Foster hace de nuestros días fue lo que nos animó a incluir una invitación a la reflexión hacia el final de este libro.
El ritmo de vida acelerado con el cual vive el hombre moderno se constituye en su primer obstáculo para la reflexión. Una de nuestras más grandes frustraciones consiste en la dicotomía que frecuentemente vemos en el cristiano entre su actitud ante el sermón que escucha el domingo y al cual dice amén, y la manera en que vive el resto de la semana. Este divorcio puede tener múltiples causas, pero en nuestra opinión una de ellas es que el sermón que la persona escucha el domingo en la mañana tiene una vida muy efímera; su duración puede ser de 45 minutos a una hora en el mejor de los casos; pero, luego que salen de la iglesia, la gran mayoría de los creyentes no vuelven a meditar en las cosas que escucharon. Es im- posible que una exposición tan corta como esta pueda contribuir al cambio significativo en la manera de pensar del creyente y mucho menos del incrédulo.
A la hora de leer un libro, ocurre algo similar. Leemos varias páginas a la vez y, si luego no volvemos a meditar en las cosas más importantes, lo leído pasará al olvido. «Los libros no cambian a las personas; los párrafos sí lo hacen, a veces las oraciones». Esas son palabras de John Piper con las cuales nos identificamos profundamente y, por esa razón, hemos dedicado este capítulo a reflexionar sobre frases que de una u otra forma contribuyeron a cambiar aspectos importantes de nuestra vida y que a la vez son sumamente prácticas. Con relación a algunas de estas frases, recordamos perfectamente bien quién las dijo o dónde las leímos, pero en otros casos ya no recordamos dónde se originaron. Algunas de las frases que aparecen en esta sección son el resultado de nuestra propia reflexión. De cierta forma, esta última parte del libro puede ser una especie de testimonio de cómo Dios ha usado frases de algunos de Sus hijos o las nuestras para transformar nuestro pensamiento. Y como bien dice la Palabra, tal como el hombre piensa en su corazón, así es Él (Prov. 23:7).
Vivimos en una generación pragmática, utilitarista, terapéutica, relativista, situacional, minimalista, desconectada, emocional y, por tanto, enemiga del pensamiento sobrio y profundo. A la gente de nuestros días no le gusta pensar porque le cuesta trabajo y porque quiere resultados rápidos y autocomplacientes. Para aquellos que están menos familiarizados con estos términos, procederemos a definirlos.
- Pragmática: juzga los hechos como buenos o válidos según los resultados.
- Utilitarista: juzga el valor de algo por la utilidad que represente.
- Terapéutica: ve el pecado como una enfermedad; por tanto, la persona necesita terapia y no arrepentimiento.
- Relativista y situacional: lo moral lo determinan las personas y sus circunstancias.
- Minimalista: todo es reducido a su mínima expresión, incluyendo lo sagrado.
- Desconectada: desconoce lo que está ocurriendo dentro y fuera de sí.
- Emocional: las decisiones se toman por las emociones y no por la razón.
Todo esto impide que el individuo de nuestros días tenga alguna motivación para pensar seriamente sobre su vida y la sociedad que lo rodea. Si conocemos las circunstancias en medio de las cuales nos encontramos, podemos entender perfectamente bien las razones a la luz de lo que acabamos de decir.
Si quieres «ser antes de hacer», necesitas cultivar tu mente; así que no la desperdicies. Ahora bien, recuerda que tu mente no es el cerebro. El cerebro es un órgano, mientras que la mente es una habilidad dada por Dios al hombre, que usa las capacidades cerebrales, pero que al mismo tiempo hace uso de la conciencia y de la imagen de Dios en el hombre para razonar las ideas que tarde o temprano tendrán consecuencias. Dios nos llamó a amarlo con todo nuestro corazón, alma y mente (Mat. 22:37), como ya habíamos visto. También nos llamó a ser transformados por medio de la renovación de nuestra mente (Rom. 12:2). Él conoce la importancia de cómo el hombre piensa porque toda acción estará precedida de un pensamiento. Nosotros pecamos con el pensamiento mucho antes de pecar con la acción. Por eso dijo Jesús «que todo el que mire a una mujer para codiciarla ya cometió adulterio con ella en su corazón» (Mat. 5:28).
No cultivar nuestra mente es malgastar o desperdiciar uno de los mayores regalos que Dios le haya dado al hombre. Los animales no tienen tal capacidad ni ningún otro ser sobre la tierra. Es algo que forma parte de la imagen de Dios en el hombre. Entonces, si es así, ¿cómo no hacer el mayor esfuerzo para alimentar nuestra mente con la sabiduría de Dios?
Otra forma de renovar y transformar nuestra mente es analizar de continuo los eventos de la vida a través de la lente bíblica. Leer literatura cristiana escrita por personas que han sido dotadas por Dios de sabiduría y discernimiento contribuye a hacernos cada vez más sabios. Y en ese sentido quisiéramos enfatizar que tenemos un legado de 2000 años de historia durante los cuales miles de siervos de Dios han dejado plasmado para la posteridad aquello que han aprendido acerca de nuestro Dios. No hacer uso de ese legado no es humilde ni sabio.
Obtenido del libro “Siervos para Su Gloria”
Miguel Núñez es vicepresidente de Coalición por el Evangelio. Es el pastor de predicación y visión de la Iglesia Bautista Internacional, y presidente de Ministerios Integridad y Sabiduría. El Dr. Núñez y su ministerio es responsable de las conferencias Por Su Causa, que procuran atraer a los latinoamericanos a las verdades del cristianismo histórico. Puedes encontrarlo en Twitter.
Foto por Joshua Earle en Unsplash
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