Por Juan Sánchez
Debemos prepararnos para el sufrimiento cristiano.
Observa cómo Jesús lo hace para la iglesia en Esmirna. Él explica la realidad del sufrimiento, le habla a la iglesia sobre «… lo que estás por sufrir», pero les ordena que no tengan miedo (Apoc. 2:10). En Occidente hoy en día, la mayoría de los cristianos no padecen persecución, realmente no, todavía no. Sin embargo, al leer nuestros periódicos o ver nuestros noticieros, estamos convencidos de que el mundo se está desmoronando. Nos quejamos de incrédulos que actúan como, eh, bueno, como incrédulos. Y tememos vernos atrapados en el «sufrimiento», la «pobreza» y las «calumnias» que las poblaciones anticristianas quieren que padezcamos. Pero Jesús nos muestra cómo leer las noticias con fe, no con miedo. De hecho, Él nos asegura que no hay que tener miedo.
Si bien podemos seguir a Cristo a pesar del sufrimiento o incluso de la muerte, no debemos temer, porque el sufrimiento que ahora padecemos es solo ligero y efímero en comparación con el peso eterno de gloria que aguarda a todos los que venzan sus temores (2 Cor. 4:17). Jesús le recuerda a la iglesia en Esmirna que su sufrimiento es temporal; Él les expresa que sufrirán encarcelamiento por solo diez días (Apoc. 2:10).
Independientemente de cómo interpretes los números en Apocalipsis, la esencia de lo que Jesús quiere declarar es que su sufrimiento será limitado. Si bien es posible que en esta vida nuestro sufrimiento no tenga fin, aún este no es nada en comparación con la eternidad de gozo que nos espera. Comprender la realidad del sufrimiento y sus límites nos ayudará a resistir con fidelidad.
Jesús les recuerda a los cristianos de Esmirna que la fuente real de su sufrimiento es Satanás mismo. Los judíos en Esmirna eran una sinagoga de Satanás porque, como Satanás, se oponían a Cristo y a Su Iglesia; el verdadero pueblo de Dios. Después de que Satanás perdió la guerra contra Jesús, comenzó a pelear contra nosotros, la Iglesia de Cristo (12:13-17).
Cristiano, recuerda que nuestra batalla no es contra otras personas, ni siquiera contra nuestros perseguidores; nuestra batalla es contra Satanás y sus demonios. Nuestra batalla es espiritual. Los incrédulos en este mundo que se oponen a nosotros no son nuestros enemigos; son nuestro campo misionero. Debemos amar a aquellos que somos dados a considerar como «enemigos» y orar por aquellos que nos persiguen; y rogar que, a través de nuestro testimonio fiel, ellos también puedan llegar a conocer a Cristo.
Jesús le indica a la iglesia en Esmirna el motivo del sufrimiento cristiano: «ponerlos a prueba» (2:10). A simple vista, escuchar que nuestro Señor nos permite sufrir para poner a prueba nuestra fe quizás no sea muy reconfortante. Pero, si nos detenemos y pensamos en ello, si comprendemos lo que Jesús afirma, nos daremos cuenta de que todo sufrimiento cristiano tiene un propósito. Nuestro sufrimiento, ya sea como cristianos individuales o como parte de una iglesia, es un medio por el cual nuestro Padre celestial nos está transformando según la imagen de Su Hijo (Rom. 8:28-30). Cuando nuestra fe se sostiene bajo el peso del sufrimiento, demuestra que es genuina, y esto a su vez aumenta nuestra confianza. Incluso si todos nuestros peores temores se hacen realidad, Dios los usará para nuestro bien. No siempre está claro cómo lo hará; de hecho, el sufrimiento puede dejarnos sintiéndonos magullados y frágiles espiritualmente, tal vez incluso por un tiempo muy prolongado. Pero, aun así, podemos aferrarnos a esta promesa de que nuestro dolor no se desperdiciará.
Jesús no desperdicia nuestro sufrimiento; Su intención es que nuestro sufrimiento fortalezca nuestra fe como un medio para nuestra perseverancia (1 Ped. 1:6-7). Sé que puede ser difícil de entender, pero Dios permite el sufrimiento cristiano para Su gloria y para nuestro bien; de modo que seamos transformados a la imagen de Cristo.
Así que, déjame preguntarte: ¿crees tú eso? Si así es, ¿dejarás que esta verdad fortalezca tu corazón para que pueda imponerse al miedo que tantas veces acecha tu mente? Recuerda algunas de las decisiones recientes que has tomado, como individuo o como miembro de tu iglesia. ¿Es posible que el miedo te haya motivado, consciente o inconscientemente? Si es así, ¿volverás a considerar esas decisiones?
¿Y qué me dices de tu familia de la iglesia? ¿Tienen ellos la impresión de que, en última instancia, la vida cristiana es cómoda? ¿Se están abordando estos temas desde el púlpito? ¿Hablas sobre ellos al compartir un café? ¿Desafías estas expectativas, o las justificas con una sonrisa amable o con tu silencio? Si no hacemos estas cosas, entonces dejaremos a nuestros hermanos expuestos al peligro, porque el miedo es realmente poderoso, pero Cristo es aún más poderoso.
¡Adelante!
A medida que crecemos en nuestra comprensión del sufrimiento cristiano (su realidad, su origen y su propósito) podremos, por fe, tener en cuenta el mandamiento del Señor de ser «… fiel hasta la muerte…», porque este viene con una promesa para todos los que resisten fielmente: «… y yo te daré la corona de la vida» (Apoc. 2:10). Aquí, la vida eterna se representa como «la corona de la vida», una corona otorgada a los vencedores. El vencedor recibe el botín, y este es un premio de valor indescriptible.
Al seguir a Jesús, no solo lo seguimos al sufrimiento y a la muerte; también lo seguimos a la resurrección y a la gloria, porque Él es «… el que murió y volvió a vivir» (v. 8). Jesús afirma que todos los que venzan el temor al sufrimiento y a la muerte por la fe en Él, y que perseveren fielmente hasta el final, no sufrirán «… daño alguno de la segunda muerte» (v. 11). Pero, al final de Apocalipsis, se nos advierte qué sucederá con los cobardes infieles que prefieren negar a Cristo antes que enfrentar el sufrimiento: «… recibirán como herencia el lago de fuego y azufre. Ésta es la segunda muerte» (21:8).
Alguien que se aferró a esta promesa de la corona de la vida fue Policarpo, obispo de Esmirna. Alrededor del año 155, unos 60 años después de que esta carta fue escrita, las autoridades gobernantes le indicaron a Policarpo que se postrara ante César y renunciara a Cristo. Policarpo respondió: «Durante 86 años he sido su siervo, y Él no ha errado en mi contra. ¿Cómo puedo blasfemar a mi Rey, quien me salvó?». Entonces el procónsul amenazó a Policarpo con bestias salvajes y fuego. Una vez más, Policarpo respondió: «Me amenazas con un fuego que arde solo brevemente y después de un corto tiempo se apaga, porque ignoras el fuego del juicio venidero y el castigo eterno, que está reservado para los impíos —luego añadió—: ¿Pero por qué tardas? Ven, haz lo que quieras».
Policarpo, un cristiano de 86 años, básicamente expresa… ¡Adelante!
¿Puedes imaginar eso? ¡Oh, cuánto anhelo ese tipo de fe en todos mis momentos de cobardía! Pero Jesús afirma que podemos tenerla. Necesitamos verlo en toda Su gloria: el Cristo resucitado que, como el Primero y el Último, gobierna en todo momento. Él es quien murió y resucitó para no morir más. Cuando miramos a este Cristo resucitado y creemos lo que nos ha prometido, entonces no tendremos miedo. Esa es la fe de Policarpo, y esa es la fe que yo anhelo. Esa es la fe que todos deberíamos anhelar. Esa es la fe por la que debemos orar.
Entonces, (casi) en las palabras de Policarpo… ¡Adelante!
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Un fragmento del libro 7 amenazas que enfrenta toda iglesia y tu parte en superarlas (B&H Español)
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