Por Miguel Núñez
La palabra iglesia en griego es ekklesia, vocablo que significa ‘asamblea’ o ‘un grupo de personas reunidas’. Sin embargo, en el idioma original es un vocablo compuesto de dos elementos: el componente ek significa ‘fuera de’ y kaleo quiere decir ‘llamar’. De ahí que la iglesia esté conformada por un grupo de personas que han sido llamadas fuera del mundo para formar un reino de sacerdotes que proclamen los atributos de Dios a través de la redención misma. Pedro lo dijo de esta manera:
«Pero vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido para posesión de Dios, a fin de que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable» (1 Ped. 2:9).
La idea de iglesia no nació en la mente del hombre, sino en la mente de Dios, el cual llamó a un grupo de personas para sí mismo y eso puede verse en Su revelación desde el Antiguo Testamento (Deut. 7:6). En el Nuevo Testamento es «la comunidad de aquellos que reconocen a Jesucristo como Señor (1 Cor. 12:3). Es una comunidad donde reside el Espíritu Santo (1 Cor. 3:16) dirigiendo y energizando la vida de la comunidad». Pablo le dice a Timoteo en su segunda carta que la iglesia fue llamada por Dios «… según su propósito y según la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús desde la eternidad» (2 Tim. 1:9). En la eternidad pasada, Dios anticipó la caída del hombre y desde aquel momento se propuso levantar una iglesia redimida de su esclavitud al pecado y que pusiera de manifiesto el amor, la gracia y la benevolencia de Dios junto con el resto de Sus atributos. Es inconcebible que esta iglesia que, como su nombre indica, fue llamada fuera, luego quiera vivir en el mundo del cual fue sacada.
- La iglesia fue llamada fuera del mundo, de las tinieblas a Su luz (1 Ped. 2:9)
- La iglesia fue llamada con llamamiento santo (2 Tim. 1:9)
- La iglesia fue llamada a la libertad de la esclavitud del pecado (Gál. 5:13)
Esto nos habla de que la iglesia debe mantenerse alejada de aquel lugar de donde fue sacada si quiere honrar a su Redentor. Las iglesias que no quisieron apartarse del mundo no son realmente iglesias y las que regresaron al mundo dejaron de ser iglesias. La iglesia de Sardis fue una de esas iglesias. Dios le dice: «Yo conozco tus obras, que tienes nombre de que vives, pero estás muerto» (Apoc. 3:1). Esta congregación había dejado de ser iglesia; ahora solo le quedaba el nombre nada más. Hoy tenemos muchas de ellas, con grandes templos, llenas de personas, abundantes ofrendas; pero están muertas porque no vive su llamado. La iglesia no está conformada por todo aquel que asiste, sino por aquellos que fueron regenerados y cuya vida de santidad es evidente; ni siquiera está formada por todos aquellos que dicen: «Señor, Señor», aunque muchos prefieran pensar que no es así. Por eso preguntaba Jesús: «¿Y por qué me llamáis: “Señor, Señor”, y no hacéis lo que yo digo?» (Luc. 6:46).
En la catedral de Lubeck, en Alemania, hay una inscripción con el siguiente título:
El lamento de Cristo contra este mundo ingrato
Me llamas Señor y no me obedeces
Me llamas luz y no me ves
Me llamas camino y no me caminas
Me llamas vida y no me vives
Me llamas sabio y no me sigues
Me llamas justo y no me amas
Me llamas rico y no me pides
Me llamas eterno y no me buscas.
Si te condeno no me culpes…
En aquel gran día, muchos tendrán que oír palabras similares de parte de nuestro Señor:
«No todo el que me dice: “Señor, Señor”, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: “Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?” Y entonces les declararé: “Jamás os conocí; APARTAOS DE MÍ, LOS QUE PRACTICÁIS LA INIQUIDAD”» (Mat. 7:21-23).
Estas quizás fueron las palabras más severas, chocantes y amedrentadoras que salieran de los labios de nuestro Señor, y deben movernos a la reflexión profunda. La iglesia está formada por individuos que viven bajo el señorío de Cristo. Recordemos que una cosa es llamarlo «Señor» y otra muy distinta es vivir Su señorío. Una cosa es decir: «Soy templo del Espíritu Santo», y otra muy diferente es vivir en santidad reconociendo que somos Su templo. Una cosa es leer la Palabra y otra muy diferente es vivirla. Es como dijo alguien muy sabiamente: «Muchos son los cristianos que marcan sus Biblias, pero pocos los que se dejan marcar por ella».
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Un fragmento del libro Una Iglesia conforme al corazón de Dios (B&H Español)
IMAGEN: Roan Lavery en Unsplash
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