Cómo la obra de Dios destruye mis asperezas
Otto Sánchez
El perdón es un regalo maravilloso de Dios para nosotros. Ese perdón se reitera de manera constante en la Biblia:
- «[P]or lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos» (Heb. 7:25).
- «Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo» (1 Jn. 2:1).
Esos textos revelan la hermosura de la gracia de Dios al declarar justos a viles pecadores como nosotros. El Nuevo Testamento nos presenta la máxima demostración de amor y de perdón en la persona y obra de nuestro Señor Jesucristo.
Al ser salvos, Él nos capacita para perdonarnos los unos a los otros; por lo tanto, no es una opción, sino una decisión que debemos tomar en obediencia a Dios. El perdón resulta fácil cuando lo procuramos de otros, pero puede resultarnos difícil cuando somos nosotros los ofendidos.
No es un sentimiento ni se hace porque el otro lo merezca, sino que es un acto voluntario de alguien que decide indemnizar a quien cree que lo agravió. En las Escrituras, no encontramos una definición específica del perdón, pero vemos muchas descripciones prácticas y reales. Perdonar implica al menos tres acciones:
1. No querer desquitarse por algo que nos hayan hecho.
2. No recordar con dolor.
3. Estar dispuesto a servir a la persona que nos ofendió.
Perdonar no significa ceder ante la maldad o permitir que el mal triunfe, sino comprender e imitar el carácter de Cristo. En la vida cristiana, lo principal no es quién tiene la razón, sino mostrar el carácter de Cristo en todo lo que hacemos, incluyendo perdonar.
Nuestra herencia pecaminosa confirma que todos tenemos lo que llamo la doble naturaleza del perdón: perdonar o ser perdonados. Por esa herencia que todos traemos de nacimiento es que tenemos la inclinación de ofender a Dios y al prójimo. Perdonarnos es imprescindible para relacionarnos con Dios como bien lo establece nuestro Señor. Pero esa verdad se podrá ver en todo el Nuevo Testamento. El apóstol Pablo dice en Efesios 4:32:
- «Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo».
Cuando no sientas perdonar, tienes que mirar a Cristo y pedirle que te ayude porque ya tienes todo lo que necesitas para hacerlo: Jesucristo y Su santo evangelio para ser aplicado y vivido en tu propia vida. Satanás querrá poner dudas o simplemente que te dejes llevar por tus sentimientos para no perdonar.
Sin embargo, recuerda que como hijo de Dios debes hacerlo y que, cuando las emociones están teniendo más peso en tu vida que la Palabra de Dios, es momento de hacer un alto, buscar Su rostro y la ayuda de alguna persona madura en la fe como un pastor o líder que te acompañe en este proceso.
Cuando no quieras perdonar, recuerda una vez más lo que Cristo hizo por ti. Cuando perdonas, no solo liberas a la otra persona (como se libera a un rehén), sino que también tú quedas liberado. El carcelero es otro prisionero más, solo que del otro lado de la celda.
En estos momentos haz un alto si entiendes que no has perdonado y pídele al Señor de corazón que te libere de ese pecado, que sane tu corazón. No mires a la persona; mira más bien a Cristo. Pídele perdón y libera al rehén, al prisionero, para que puedas ser obediente y así disfrutar la dulce experiencia del perdón, tanto al perdonar como al ser perdonado.
Un fragmento del libro Hacia la meta (B&H Español)
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