Por Miguel Núñez
“Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón,
como para el Señor y no para los
hombres.” (Col. 3:23)
De acuerdo con nuestra experiencia, la mayoría de los cristianos tienen un entendimiento limitado de lo que es el llamado de Dios. Algunos (o muchos) hablan de llamado casi exclusivamente cuando se refieren al llamado ministerial, en particular, al llamado a ser pastor. Sin embargo, pensar de esta manera limita mucho el entendimiento de la revelación de Dios con relación a la responsabilidad del hombre aquí en la tierra. Desde que comenzamos a leer el relato bíblico sobre la creación de Adán y Eva, podemos identificar un llamado que Dios hizo a esta primera pareja y a sus descendientes: «Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra y sojuzgadla; ejerced dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre todo ser viviente que se mueve sobre la tierra» (Gén. 1:28). Más adelante, en Génesis 2:15 leemos: «Entonces el Señor Dios tomó al hombre y lo puso en el huerto del Edén, para que lo cultivara y lo cuidara». Esta asignación le fue dada al hombre antes de la caída; ese trabajo con todas sus implicaciones posteriores ha sido denominado «el trabajo de creación».
Después de la caída, hubo necesidad de un tipo de trabajo diferente que tiene que ver con la evangelización del mundo y la redención de lo creado, y ese trabajo ha sido denominado «el trabajo de redención». De esta manera, al estudiar la revelación bíblica es fácil ver esta responsabilidad dual que Dios le ha dado al hombre y a la mujer: el trabajo de creación y el trabajo de redención. No olvidemos que los dos temas principales de la vida son la creación y la redención. Si deseamos ser hijos de Dios responsables, tenemos que participar en ambos. Podríamos simplificarlo y pensar que la tarea redentora tiene que ver con la evangelización y que la tarea relacionada a la creación tiene que ver con servir a la cultura y a la sociedad donde Dios nos ha colocado. No todo el mundo ha sido llamado a realizar la misma tarea y eso está claramente evidenciado en el registro bíblico:
- Abraham sirvió a Dios como ganadero.
- Moisés sirvió a Dios como legislador y profeta.
- José sirvió a Dios como un hombre de estado, al igual que Daniel.
- David sirvió a Dios como pastor y luego como rey.
- Isaías sirvió a Dios como profeta.
- María sirvió a Dios como la portadora de Su Hijo.
- Pablo sirvió a Dios como evangelista, plantador de iglesias y pastor.
Ninguno de estos hijos de Dios tuvo un llamado superior o inferior al otro. Como habíamos mencionado en un capítulo anterior, hasta la época de la Reforma hubo un malentendido con relación al llamado del ser humano. En aquel entonces, se decía que los ministros tenían una vocación y un llamado especial de parte de Dios para hacer una tarea sagrada, mientras que se consideraba que el resto de la labor del hombre era algo secular. Martín Lutero y los demás reformadores pusieron fin a esa dicotomía y entendieron que la vocación es aquello a lo cual Dios nos ha llamado. Y si Dios te ha llamado a servirlo en una capacidad, lo que haces es tan sagrado para Él como cualquier otra cosa que el hombre pueda hacer por designación divina. «El término vocación era entendido como un llamado a la vida monástica, lo cual implicaba dejar el mundo atrás. Desde el inicio, el protestantismo rechazó la idea medieval y eliminó la distinción entre lo sagrado y lo secular. Aunque esto puede entenderse como un acto para deshacer lo sagrado, también puede entenderse como la transformación de lo secular en sagrado». El trabajo dignifica al hombre.
El texto de Colosenses 3:23 con el que comienza este capítulo nos recuerda que toda obra hecha por un hijo de Dios aquí en la tierra debe ser hecha para el Señor y no para los hombres. El apóstol Pablo no diferencia en este texto el trabajo de redención del trabajo de creación, según lo definimos más arriba. Hagamos lo que hagamos, esa tarea que desempeñamos en la vida es una de las múltiples obras dadas por Dios a los seres humanos para que glorifiquemos Su nombre. Cada talento que trae el ser humano al nacer y que es capaz de desarrollar le ha sido dado por el Creador con la intención expresa de que lo use de alguna manera que traiga honra y gloria a la multiforme gracia y creatividad de nuestro Señor. Dios nos dio en Su Palabra toda una cosmovisión de cómo vivir, en cualquier ámbito de este mundo, de una manera santa y digna de nuestro llamado.
Un fragmento del libro Siervos para su gloria (B&H Español)
Portada por Clark Young en Unsplash
Leave a Reply